Sherezade sabía que sólo su ingenio podía salvarla. Al alba,el sultán mataba a todas sus esposas, porque sólo creía en el acero y la sangre. “Señor”, dijo ella, “antes de dormir dejad que os cuente una historia. Y mientras, bebamos una secreta combinación que sólo yo conozco…”
Buscando documentación para preparar mi cóctel del concurso de Opihr Oriental spiced gin me di cuenta de que las rutas comerciales que traían pimienta, jengibre y clavo también hacían fluir algo intangible pero mágico, como son las palabras. De la India, de África, y más tarde también de América nos llegaban, además de aromas y sabores delicados, la cultura y las historias de tierras lejanas. No es difícil imaginar cómo en tiendas y tabernas a la luz de las velas, o bajo la luz de las estrellas en el patio de un caravanserai en el desierto, mientras el aire transportaba el olor de la canela o la pimienta, los mercaderes de especies se entretenían contándose las historias que habían oído en su camino. Narraciones sobre genios que salían de una lámpara, leyendas como la de Sinbad el marino, o cuentos sobre un chico pobre que encuentra la cueva en la que esconden su tesoro cuarenta ladrones.
Por eso he querido beber con mi cóctel de esas historias de la Ruta de las Especies, y del poder que tienen las palabras para salvarnos, haciéndonos soñar con los ojos abiertos durante mil y una noches… El Sherezade’s tale, la historia de Sherezade, es también un homenaje a las mujeres que viven en las tierras que antaño conformaban la Ruta, y que a menudo sólo cuentan con su ingenio para salvarse de un presente lleno de acero y sangre.
Técnicamente, la base del Sherezade’s tale es un tradicional postre indio, el kulfi, que frecuentemente se prepara con cardamomo –la nota aromática más destacada de Opihr-, rosas, coco o pistacho. Son ingredientes que también encontramos en otras gastronomías de la Ruta, como la turca, la persa y las del Maghreb, y que he complementado con brandy de albaricoque para reforzar la nota a frutos secos. La idea era hacer un cóctel de postre que sirviera como colofón a una comida asiática o de Oriente Medio. Pese a que utilizo mermelada y agua de rosas, la cantidad es tan pequeña en ambos casos que la flor sólo es un fantasma aromático: el espejismo de un pasado de leyenda que, sin embargo, sigue vivo en nuestra imaginación.
Por cierto que, originalmente, este cóctel se llamaba Sherezade a secas, pero tal y como me indica el barman Joaquín Grau Santonja él creó uno del mismo nombre en 1961, que además fue galardonado en un concurso nacional de coctelería en Venezuela. Y como no es plan de crear confusiones ni versiones, le cambio ligeramente el nombre al mío y ya de paso homenajeo con ello a una de mis novelas preferidas, que al mismo tiempo también tiene paralelismos con la historia de Sherezade: The handmaid’s tale, de Margaret Atwood.
La decoración está hecha con pétalos de rosa seca comestible machacados (se suelen vender en tiendas de té a granel) pero puede simplificarse con un anís estrellado o un borde de pistachos o piel de lima picados. Cada una de estas decoraciones cambiará ligeramente la nota aromática del cóctel. Para documentarme acerca de la ruta de las especies me basé fundamentalmente en dos libros que recomiendo: An Edible History of Humanity de Tom Standage y The Spice Route: A History
de John Kay (que además es el que sale en la foto).
Sherezade’s tale
60 ml de leche de coco (ojo ¡no crema; leche!)
30 ml de Opihr Oriental spiced gin
20 ml de apricot brandy
10 ml de sirope simple
Un cucharada de bar colmada de mermelada de rosas
Unas gotas de agua de rosas
Pétalos de rosa secos, para la decoración
Enfriar la copa, y escarchar la mitad del borde -para que la decoración no moleste al beber- mojando la copa en leche de coco y luego en los pétalos de rosa machacados. Poner la ginebra, el apricot brandy y la mermelada de rosas en la coctelera, y removerlos con la cuchara imperial. Añadir hielo y la leche de coco, y batir con fuerza. Servirlo colándolo dos veces (para que no quede pulpa de la mermelada), vigilando para no deshacer la decoración. Atomizar con agua de rosas justo en el momento de servirlo.
Bonus track: 1001 nights martini
Haciendo experimentos con la mermelada de rosas, recordé el celebérrimo Breakfast martini de Salvatore Calabrese, que utiliza como base la mermelada de naranja. Ni corta ni perezosa hice una adaptación que comparto con vosotros. Me gustó tanto que estuve dudando seriamente si presentarla en lugar del Sherezade’s tale, pero es un cóctel que poco o nada tiene que ver con la ruta de las especies. Eso sí, no estaría nada fuera de lugar en un bar chic del multicultural East End de Londres.
50 ml de Ophir
15 ml de St. Germain
15 ml de zumo de limón
Una cucharada de bar colmada de mermelada de rosas
Twist de limón para decorar
Poner la mermelada y el resto de ingredientes en la coctelera, y removerlos con la cuchara para desleír la confitura. Añadir hielo, batir bien y colar en una copa enfriada. Decorar con el twist de limón.