Volver al Boadas

Hacía mucho tiempo que no iba al Boadas. El viernes volví al Boadas. Habían pasado veinticuatro horas desde el atentado de las Ramblas.

La tarde anterior no conseguí llorar. Seguí lo que estaba pasando por Twitter y por la radio, evitando al máximo ver imágenes de Las Ramblas, pero emborrachándome en cambio de información -no siempre correcta, no siempre desinteresada- a través de los medios que me parecían más inmediatos. No quería que me volviera a pasar como en el 11S, cuyas imágenes, vistas en un bucle eterno por la CNN desde un hotel de Venecia, me han quedado como una cicatriz en la memoria.

Tampoco lloré a la mañana siguiente. Me concentré en el trabajo, escribiendo un intrincado texto sobre un aspecto técnico y no particularmente entretenido de una técnica de coctelería. Lloré ese mediodía, con una foto, ésta:

boadas

La compartió Adal Márquez, el head bartender de Boadas, en su cuenta de Facebook. Gente refugiada en el Boadas -algunos de ellos heridos- la tarde del atentado.

No había vuelto al Boadas en mucho tiempo. Me molestaba pasar por las Ramblas, me molestaba tanto turista. Pero el viernes, al ver la foto, algo se rompió en mí. Los espacios de la ciudad los hacemos las personas. Necesitaba reivindicar mi propia memoria, pisar las Ramblas, cerciorarme de que el Boadas era el Boadas que recordaba y no esta versión de pesadilla.

Hay quien postula, de un modo tan pomposo como cursi, que los bares son como catedrales. No. Si a algo no se va a los bares es a rezar.  Los bares, al final, son sólo espacios donde se dispensan bebidas. Es la gente la que les da su alma. Las personas que acogieron, asustadas, a turistas a tan asustados como ello el viernes por la tarde. Y también las que unieron sus manos para darse ánimos, para estar juntos. El bar, como la vida, lo hacen las personas. Creo que fue por esto que la foto me hizo saltar las lágrimas.

El viernes volví al Boadas y también al Milano, que está en Ronda Universidad, y donde también tuvieron lo suyo. Tenía ganas de encontrarme con aquéllos con los que he trabajado, que me han servido o a las que he servido. Muchos de ellos lo tomaban con la flema propia de los profesionales de la hostelería. «Vimos cosas horribles, pero hoy tocaba abrir». Hoy escribe Toni Massanés en La Vanguardia que hay que volver a llenar los establecimientos de restauración. Me encantaría poder decir que no tengo miedo, pero mentiría. Sí, lo tengo. Pero ahí estaremos, recordando a los muertos y celebrando la vida.

 

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